Los desfiles de Vivienne Westwood suelen caracterizarse por mezclas imposibles, que sin embargo esconden, por difícil que parezca, prendas mucho más ponibles y serias de lo que podríamos imaginar. La clave reside en compaginar prendas básicas, como pantalones de raya diplomática, trajes de chaqueta o camisas blancas de sastrería impecable, con voluminosos cardados y maquillajes multicolor.
Westwood suele asegurar que lo que busca en sus desfiles es diversión, pero no por eso debemos tomar sus diseños a la ligera. Y es que en su propuesta primaveral podemos encontrar, desde sus típicos estampados de aire british, hasta cazadoras de cuero, pasando por femeninos vestidos y trajes de corte masculino. Todo esto se combina de manera imposible, para crear esa estética caótica tan característica en la diseñadora. Sin embargo, si vamos a las piezas de base, podríamos obtener muchos básicos para elaborar un buen fondo de armario. Por lo tanto, con Westwood no hay que quedarse en la superficie, sino indagar bajo el maquillaje y las rarezas.
Por otra parte, estas rarezas se agradecen, forman parte de su creatividad y su esencia. Así, presenciamos cómo las corbatas se descontextualizan y pasan a ser cinturones, o cómo la asimetría articula los vestidos, con ese característico aire desestructurado, casi inestable de sus diseños. Los estampados abstractos son el adorno perfecto para estas piezas.
Metros de tela para la noche
La gama cromática es muy amplia. Hay una dicotomía entre sobriedad, que se viste de grises, azul noche, negro y blanco y diversión, con la incorporación del amarillo, rojo, dorado, rosa... El lamé, el tul o el cuero conviven en la pasarela de la británica.
Para la noche, sus característicos vestidos (esos que tanto gustan a Helena Bonham Carter) a base de metros y metros de tela, con tul como base para dar volumen. La estrella sin duda fue un gown de escote corazón, cintura ceñida y falda asimétrica, en un vibrante color rojo.